Saludos a todos, este post esta dedicado a mostrar la Verdadera Historia del Rey Nimrod; este personaje mítico es nombrado en la Biblia, en el libro del Génesis, pero la historia que se relata alli esta imcompleta, esta sesgada, por que si realmente solo hubiera ocurrido lo que dice la Biblia, los pueblos antiguos como los etruscos, asirio-babilonios, etc, no lo venerarían de la forma en que lo hacian, ni tampoco lo recordarian como a un dios; para ser venerado, celebrado y recordado de esa forma, Nimrod tuvo que hacer una gran hazaña para que los pueblos tengan un gran respeto y veneración por él.
Figura 1. El Rey Nimrod. |
Precisamente ahora mostraremos esa historia oculta por el sistema, esa historia censurada donde se relata esa gran Hazaña única que realizo el Rey Nimrod por la cual es muy venerado y respetado desde la antiguedad; la cual esta escrita en el libro de "El Misterio de Belicena Villca" de Nimrod de Rosario en extenso en el relato del Quincuagésimo día..
Figura 2. Portada de el Libro: El Misterio de Belicena Villca |
Se dice que Nimrod construyo la Torre de Babel para llegar al cielo, ¿Realmente llego?, segun el relato SI, incluso se indica que peleo cuerpo a cuerpo contra un dios, y el resultado de esta lucha se ve en el siguiente relato extraido del libro anterior mencionado.
Quincuagesimosegundo Día
En el II milenio A.J.C. una invasión trajo a los Hiperbóreos Kassitas a
Asiria. Eran oriundos del Cáucaso y portaban una Piedra de Venus junto al
estandarte del águila leontocéfala. El águila con cabeza de león y alas
desplegadas, aprisionaba entre sus garras dos moruecos que eran el símbolo del
Dios Enlil, Jehová Satanás, adorado en la Mesopotamia por todas las tribus,
entre ellas los pastores hamitas o habiros que irían con Abraham a Palestina y
Egipto. Este mismo estandarte sería llevado luego, miles de años más tarde, por
otros pueblos “bárbaros”, también oriundos del Cáucaso, esta vez de Raza
germánica, pero entre las garras del águila ya no se hallarían los moruecos sino
el cordero, símbolo de ese Dios de los pastores que intentaba usurpar la
milenaria figura hiperbórea de Kristos Lúcifer.
Los Kassitas venían siguiendo los dictados de su Dios Arquero Kus quien
había hecho pacto con sus Iniciados a fin de que dicho pueblo participara en la
Guerra Esencial. En la Ciudad de Borsippa, al Norte de Nínive, el Rey Nimrod
utilizando la técnica numérica de los Zigurat hizo construir una enorme Torre
sobre un vórtice de energía telúrica. He aquí lo que se pretendía: “atacar la
Morada de los Demonios Inmortales”, es decir, Chang Shambalá. Este propósito,
que puede parecer hoy producto de una desenfrenada fantasía, es sin embargo
perfectamente posible y la prueba de ello está en el éxito obtenido por Nimrod
cuando su Elite de guerreros arqueros hizo blanco y derribó a varios de los
“Demonios Inmortales”.
En la Antigüedad, cuando la influencia del Kaly Yuga no era tan importante
y en algunos remanentes Atlantes todavía se conservaban los recuerdos de la
Sabiduría Hiperbórea y de la guerra contra el Demiurgo, la tarea de fundar
pueblos y ciudades exigía el concurso de Iniciados especialmente dotados. Lo
mismo para la elevación de ídolos o efigies sagradas cuya utilidad, que no era la
mera adoración, hoy se ha olvidado. El elemento más importante que se tomaba
en cuenta para tales fundaciones era la ubicación de las corrientes de energía
telúrica. En segundo lugar figuraban las coordenadas astrológicas a las que, sin
embargo, la ceguera de los hombres suele otorgar preeminencia en algunas
Epocas. Justamente el poderío o supervivencia de alguna ciudad dependen de la
correcta situación geográfica en que se erijan y si, por ejemplo, ciudades como Roma o Jerusalén han durado milenios es porque están asentadas sobre
grandes centros de fuerza. Hace miles de años los encargados de precisar el
lugar de emplazamiento de una ciudad eran llamados cainitas, Iniciados
sacrificadores que conocían la Magia de la Sangre Derramada. Estos homicidas
sagrados, que eran zahoríes, es decir, “sensibles” a las fuerzas de la Tierra,
luego de detectar un vórtice conveniente efectuaban el sacrificio humano
destinado a “polarizar” la energía telúrica y obtener un fenómeno de “resonancia”
con la Sangre de la Raza, de manera de que el lugar se convierta en “amigo” de
sus habitantes y “enemigo” de futuros invasores. De tales asesinatos rituales con
fines de fundación recordamos por ejemplo a Rómulo que para asegurar la
inviolabilidad de las murallas de Roma debió ejecutar a su gemelo Remo, etc.
Haré un breve paréntesis para consultar a la Sabiduría Hiperbórea sobre
algunas pautas que es necesario tener en cuenta, a fin de interpretar
correctamente la acción de guerra emprendida por el Rey Nimrod.
Puede considerarse con toda propiedad que la potencia de un pueblo
para liberarse del yugo satánico de la Sinarquía depende directamente de las
condiciones esotérico-hiperbóreas de sus Iniciados. Si hay hombres despiertos,
suficientemente capaces de localizar las corrientes y vórtices de energía telúrica,
y no desprecian el combate que inevitablemente trae aparejado esta “toma de
posición”, entonces la Raza va en camino de la mutación, se ha convertido en un
“círculo cerrado” hiperbóreo. Por razones de pureza sanguínea son siempre los
pueblos denominados “bárbaros” quienes más cerca se hallan de estas praxis
hiperbóreas; pero esos mismos pueblos, en la medida que se civilizan, o
sinarquizan, pierden potencia y, entonces, se debilita su posibilidad de
mutación. La pureza racial hiperbórea de un pueblo se evalúa en la capacidad
de sus hombres para despertar el Recuerdo de Sangre. La potencia racial
hiperbórea de un pueblo es su capacidad de oposición a la ilusoria realidad del
mundo material. Significa tomar parte activa en la Guerra Esencial y, por lo tanto,
supone alguna concepción estratégica hiperbórea. La potencia se evalúa
entonces por la claridad de los fines y objetivos estratégicos que son capaces de
formular los hombres y por los pasos efectivos que se den en tal sentido. El
resultado de la acción jamás se califica por alguna pauta material; más aún: la
acción jamás se califica en absoluto. Para la Sabiduría Hiperbórea lo que importa
es la Estrategia; esto es: la claridad de metas y objetivos y la forma de
obtenerlos, o sea, la potencia. En todo caso la acción se califica a sí misma,
independientemente de los “resultados”. El “éxito” o “fracaso” de una acción no
tienen sentido en la Estrategia Hiperbórea pues tales palabras remiten a
conceptos elaborados a partir de una incorrecta percepción del mundo, de Maya,
la Ilusión. Puede ilustrar esto una antigua sentencia hiperbórea que dice: “para
los Guerreros Sabios toda guerra perdida en la Tierra es una guerra ganada en
otros Cielos”
Volviendo al concepto hiperbóreo de potencia racial puedo decir que, en
general, un pueblo potente es aquel que habiendo identificado al Enemigo pasa
a la acción de guerra en el marco de una “Estrategia Hiperbórea”. Y, en
particular, que un pueblo de gran potencia es aquel capaz de atravesar el
umbral y trasladar el teatro de operaciones al plano de los Inmortales.
Existen muchas maneras de atravesar el umbral. Los hombres dormidos,
los “Iniciados” en el satanismo sinárquico, por ejemplo, lo hacen durante su “Muerte Ritual”, arrastrándose abyectamente ante los siniestros “Guardianes del
Umbral”, mal llamados a veces “Veladores”, “Vigilantes” o “Egrégoros”. Luego de
demostrar su “evolución” mediante juramentos, pactos y alianzas reciben la
“iluminación” o sea pierden todo contacto con el Origen y sufren el
encadenamiento definitivo al Plan Universal del Demiurgo Jehová Satanás.
Entonces pueden atravesar el Umbral y “participar” en mil ceremonias o
aquelarres distintos, de acuerdo a la secta o religión que los haya “iniciado”, y
que tienen la sorprendente característica de ocurrir solamente en la conciencia
del adepto pues se trata de una miserable ilusión. Los “Inmortales” de Chang
Shambalá jamás harán participar a nadie en sus reuniones como no sea para
destruirlo, sin embargo, no son pocos los imbéciles que creen conocer el sancta
sanctorum de la Fraternidad Blanca y a su “Instructor Planetario”, el Rey del
Mundo.
Pero hay otra manera de “atravesar el Umbral”, que no requiere de
humillaciones ni promesas y que no implica la total confusión sanguínea del
hombre como en el caso de la iniciación sinárquica. Es la que consiste en
plantarse orgullosamente, con las armas en la mano, ante los Guardianes del
Umbral… y destruirlos.
Se dirá entonces ¿pero, dónde está el Umbral? ¿no se trata de un símbolo
“iniciático”? No lo es. La Estrategia Sinárquica se basa en confundir, esto es,
tornar oscuro lo que debería ser claro. Y una táctica muy utilizada es dar sentido
irreal, simbólico, a aquello que se desea ocultar y, por otra parte, exaltar como
real y concreto aquello que se desea “revelar”. Así, una realidad como la
existencia de las “puertas inducidas” o “dimensionales” es considerada por las
gentes sensatas una fantasía y, por ejemplo, utopías como el comunismo, el
socialismo, la O.N.U. o el Gobierno Mundial, son tenidas fanáticamente como
posibilidades reales.
El Umbral, o sea, la entrada hacia el plano en que moran los Demonios
Inmortales, puede ser fijado y abierto si se posee una técnica apropiada. La
Sabiduría Hiperbórea enseña a abrir “puertas inducidas”, para su uso en tácticas
ofensivas, de siete maneras diferentes. Una es utilizando la tecnología lítica. Otra
es Vrúnica. Una tercera aprovecha las energías telúricas. Una cuarta es fonética,
etc. Pero todas se basan en la distorsión del espacio, en la intersección de
planos, y en el dominio del tiempo.
Abierta la Puerta, por cualquier sistema, debe procederse con energía y
decisión a causar el mayor número posible de bajas al Enemigo. Puede producir
sorpresa esta posibilidad pero lo cierto es que los “Demonios Inmortales” de
Chang Shambalá pueden morir. Estos “Inmortales”, “Maestros de Sabiduría”,
Gurúes, Golen, Sabios de Sión, Black in Man, etc., están irremediablemente
ligados al Demiurgo. Son Inmortales mientras dure la “Creación” material, es
decir en tanto el Demiurgo mantenga su voluntad puesta en la manifestación.
Su existencia es la suerte del animal hombre. Pero conviene tener presente que
en la “Isla Blanca” de Chang Shambalá, junto con los “Demonios Inmortales”,
coexisten, en una mayor jerarquía, los Doscientos Hiperbóreos venidos de Venus
que causaron la mutación colectiva en la Tierra y encadenaron a los Espíritus
Eternos en los animales-hombres que había creado el Demiurgo. Los Doscientos
Hiperbóreos son los Dioses Traidores de la Atlántida y los Señores de la Llama
de Lemuria. Ellos son verdaderamente Inmortales pero como han tomado cuerpo
físico a fin de copular con la Raza humana, cumpliendo sus absurdos papeles de Manú, pueden ser desencarnados violentamente, acción que, aparte de
trastornar sus planes, tiene la virtud de destruir la matriz genética de las
presuntas Razas raíces.
Se puede, entonces, matar a los Inmortales, que sólo lo son si no se
ejerce violencia contra Ellos pues habitan un pliegue del espacio en el que el
tiempo transcurre de un modo diferente, de tal suerte que sus cuerpos se
mantienen fisiológicamente estables en una “edad determinada”. Con esta terrible
afirmación cerraré aquí el paréntesis doctrinario que abrí más atrás. Se está ya,
en virtud de lo expuesto, en condiciones de interpretar la hazaña del Rey
Hiperbóreo Nimrod. Por ejemplo, se puede ahora calificar a los Kassitas como
gran potencia racial por haber llevado, de acuerdo a la definición anterior, el
teatro de operaciones a la Guarida de los Demonios Inmortales. Proseguiré
entonces, con el relato.
Repetiré lo dicho al comienzo. Los Kassitas habían pactado con su Dios
Arquero Kus para participar en la Contienda Esencial. Eran guerreros temibles,
perfectamente capaces de hacer frente a bestias, hombres o Demonios.
Peregrinaron durante años hasta que los Iniciados cainitas decidieron que
“la Serpiente de Fuego” más poderosa, esto es: el vórtice de energía telúrica, se
hallaba dentro de los límites de la ciudad de Borsippa, que ya existía y estaba
habitada por una tribu de pastores habiros. Ello no representó ninguna dificultad
para un pueblo decidido a librar combate a Demonios infernales. En breve tiempo
los Kassitas dominaban la plaza y sus Iniciados cainitas realizaban los Rituales
necesarios para “calmar” a la Serpiente de Fuego.
Inmediatamente después pusieron en práctica una Estrategia adecuada
para la inminente ofensiva. De ella debemos destacar dos tareas que demuestran
la capacidad de los Iniciados cainitas. La primera consistió en entrenar a una Elite
capaz de resistir a la poderosa magia que los “Demonios” emplearían al abrirse
“la Puerta del Infierno”. Esta Elite hiperbórea, ancestro lejano de la , tendría la
sagrada misión de exterminar a los Demonios, faena alucinante en la que
seguramente perderían la vida o la razón.
La otra tarea era quizá la más simple de ejecutar pero la que requeriría
mayor destreza en el manejo de la Sabiduría Hiperbórea: construir la “Torre
mágica” que, merced a la armonía de sus exactas dimensiones, su forma y su
funcionalidad, canalice la energía telúrica dispersándola en torno al “Ojo de la
Espiral” de energía. En la arquitectura de Templos lo más importante, desde el
punto de vista de la “funcionalidad ritual”, es el plano de la base, su símbolo. Los
más utilizados son: la base circular, en cruz u octogonal, aunque también se han
construido con base rectangular, pentagonal, exagonal, etc. Pero en la
arquitectura hiperbórea de guerra suelen construirse edificios semejantes a
fortalezas cuyo plano de la base casi siempre es un “laberinto”. Debe utilizarse tal
figura debido a exigencias técnicas de la canalización de energías telúricas y
puedo agregar que la aplicación de la “técnica de los laberintos” es otra de las
siete maneras de abrir puertas inducidas. Por supuesto, no cesaré de repetir, que
los productos de estas técnicas hiperbóreas no son automáticos, es decir,
incluyen en su funcionalidad la participación de hombres entrenados.
El plan de guerra de Nimrod constaba, entonces, de tres pasos: 1ro.) abrir
la puerta al plano de Chang Shambalá; 2do.) acceder al famoso Umbral de la
iniciación sinárquica; 3ro.) atacar, atacar, atacar...
Para complementar esta colosal Estrategia se contaban una serie de
detalles logísticos como por ejemplo la elección de las armas o la posibilidad de
emplear las antiquísimas “corazas mágicas” de la Atlántida. Con respecto a las
armas los Iniciados cainitas decidieron que los guerreros emplearían flechas
construidas según una antigua fórmula: las plumas serían de ibis; las varas, de
acacia del Cáucaso; y las puntas, de piedra, serían pequeñas estalactitas
perfectamente cónicas recogidas de unas cavernas profundas y misteriosas que
una tradición chamán afirma se conecta con el Reino Hiperbóreo de Agartha.
En cuanto a las “corazas mágicas” es fácil figurarse hoy, a la luz de la
moderna tecnología electrónica, cómo sería un “campo electrostático precipitador
de materia”, envolvente de todo el cuerpo. Sin embargo esta “coraza electrónica”,
llamada mágica en la Epoca de Nimrod, era una defensa común en los días de la
Atlántida, hasta unos 12.000 años atrás. Los Iniciados cainitas sólo lograron dotar
por algunas horas de tal campo protector al Rey Nimrod y a su General Ninurta
pues nadie más en el pueblo contaba con las condiciones de pureza necesarias
para aplicar la antiquísima técnica. ¡Sólo dos guerreros cuando la Atlántida
contaba con ejércitos enteros que empleaban el “abrigo de metal”! Esta técnica
sufrió una lenta degradación hasta desaparecer completamente debido a la
confusión sanguínea. En un principio, cuando los Dioses vinieron a la Tierra hace
millones de años, revistieron su cuerpo físico con una “coraza de fuego”. Luego
en la lejana Lemuria, los Iniciados, Reyes y guerreros, materializaban minerales
por lo que solían llamarse “Hombres de Piedra”. Y, finalmente, en pleno Kaly
Yuga Atlante, los Dioses Traidores materializaban corazas de metal en torno a su
cuerpo las que los protegían de golpes de espada o lanza a la manera de
nuestras medievales cotas de malla. La coraza atlante de metal materializado es,
por otra parte, el origen de la leyenda judía según la cual Nimrod poseía las
“vestimentas” que Adán y Eva lucieron en el Paraíso. Las habría obtenido de
Cam, uno de los hijos de Noé y, más adelante, luego de luchar con Esaú, otro
gran cazador, las habría perdido. Estas leyendas se hallan en los Midrash
talmúdicos Sepher Hayashar (Siglo XII) y Pirque Rabli Eliezer (90-130 D.J.C.) y
también en el Talmud Babilónico (500 D.J.C.), etc.
Los Guardianes del Umbral cuentan también con corazas y armas
poderosas, entre ellas, por ejemplo el “rayo Om” un arma atlante con la que los
dulces “Maestros de Sabiduría” de Chang Shambalá suelen desintegrar a los
discípulos que se muestran díscolos.
Parece un enemigo terrible el así armado, pero eso es pura apariencia,
sólo poderío material. Los guerreros de Nimrod portarían el Signo hiperbóreo de
Hk, la Runa de Fuego que ningún “Demonio Inmortal” puede enfrentar. Y mucho
menos los Doscientos Hiperbóreos Traidores. Ese Signo representa para Ellos la
verdad, el recuerdo inevitable del Origen Divino abandonado. Y, como a la
Gorgona, no les resulta posible mirarlo sin padecer grave riesgo.
Cuando la Torre estuvo lista se dispuso, en la torrecilla de la cúspide, una
columna metálica de hierro, cobre, plata y oro, rematada con una gigantesca
Esmeralda. Dicha piedra había sido entregada a los Kassitas por el Dios Kus
cuando los comprometió en la lucha con el Demiurgo Enlil, Jehová Satanás, cuya
Morada estaba en Babilonia. Y según contaban los Iniciados entre susurros, la
Piedra Sagrada había sido traída de Venus por los Dioses que acompañaban a
Kus cuando llegaron a la Tierra, antes que el hombre existiera. Durante las muchas décadas que duró la travesía de los “bárbaros”, desde la ladera del
monte Elbruz, en el Cáucaso, la posesión de este “Presente del Cielo” fue el
estímulo que permitió afrontar todo tipo de penalidades. Era el Centro en torno al
cual se formaba la Raza; era el Oráculo que posibilitaba oír la Voz de Dios y era
la Tabula regia donde se podían leer los Nombres de los Reyes. Era también el
Signo Primordial ante el cual los Demonios retrocederían aterrados y contra el
cual ninguna potencia infernal tenía poder. Por su intermedio se abriría en el
Cielo la Puerta del Infierno y podría entablarse el combate sin tregua contra los
servidores de quien encadenó el Espíritu Eterno a la Materia. Muchos pueblos
han sido llamados “bárbaros” por otros pueblos más “civilizados”, aludiendo a su
“salvajismo” e “inconsciencia”. Pero se necesita ser “bárbaro” para pactar con los
Dioses y tomar parte en la Guerra Esencial. Sólo la garantía de la pureza
sanguínea de unos “bárbaros”, intrépidos e inmunes a las celadas satánicas,
puede decidir a los Dioses a poner en el mundo la piedra angular de una Raza
Sagrada. En otras palabras, las “celadas”, las tentaciones de la Materia, están
tendidas en todas partes y por eso se necesita ser “bárbaro” o “fanático”, pero
también ingenuo, “como niño”, o como Parsifal el loco puro de la leyenda
artureana.
Finalizada la construcción del Zigurat, se enviaron mensajeros a las
restantes ciudades y aldeas Kassitas pues su Reino incluía a Nínive y otras urbes
menores, así como numerosos campamentos septentrionales que llegaban hasta
el lago Van e incluso alcanzaban las laderas del Ararat. Miles de Embajadores
fueron llegando a Borsippa para apreciar la Torre de Nimrod y rendir homenaje a
Ishtar la Diosa de Venus y a Kus su Dios racial, esposo de Ishtar. También
llegaron del Sur, de Babilonia a la que acababan de conquistar, un pequeño
número de sus primos Hititas, con quienes los Kassitas partieron juntos muchas
décadas atrás, desde el Cáucaso.
Todo se preparó para el solsticio de verano, el día en que Chang
Shambalá está “más cerca” de nuestro plano físico. Ese día el pueblo de
Borsippa estuvo reunido junto al gran Zigurat y un contraste de emociones se
adivinaba en todos los rostros. Los invasores Kassitas, cazadores y agricultores,
es decir, cainitas, demostraban abiertamente su salvaje alegría por culminar una
empresa que les había absorbido varias generaciones. Y en esa alegría furiosa
latía el anhelo del próximo combate. Dice un antiguo proverbio ario: “el furor del
guerrero es sagrado cuando su causa es justa”. Pero si esa sed de justicia le
lleva a enfrentar a un Enemigo mil veces superior, entonces necesariamente
debe ocurrir un milagro, una mutación de la naturaleza humana que lo lleve más
allá de los límites materiales, fuera del Karma y del Eterno Retorno. Leonidas en
las Termophilas ya no es humano. Será un Héroe, un Titán, un Dios, pero jamás
un hombre común. Por eso el pueblo de Nimrod en su furia santa presentía la
próxima mutación colectiva; se sentía elevado y veía disolverse la realidad
engañosa del Demiurgo Enlil. Hervían de valor y así purificaban drásticamente su
sangre. Y esa Sangre Pura, bullente de furia y de valor, al agolparse en las
sienes trae el Recuerdo del Origen y hace desfilar ante la vista interior las
imágenes primigenias. Sustrae, en una palabra, de la miserable realidad del
mundo y transporta a la verdadera esencia espiritual del hombre. En estas
circunstancias mágicas no es extraño que todo un pueblo gane la inmortalidad
del Valhala.
Contrastando con dicha euforia guerrera se advertía una angustia terrible
retratada en los rostros de numerosos ciudadanos. Eran quienes constituían la
primitiva población habiro de Borsippa, pastores y comerciantes, que adoraban
desde siempre al Demiurgo Enlil.
Según sus tradiciones, Jehová Satanás había preferido al pastor Abel y
despreciado al agricultor Caín lo que es coherente puesto que “pastor es el oficio
del animal hombre”, hijo de Jehová, según enseña la Sabiduría Hiperbórea. Por
estas razones experimentaban un odio profundo contra el Rey Nimrod y los
Iniciados cainitas. Un odio como sólo pueden sentir los cobardes, aquellos que,
en todo semejantes a los moruecos y ovejas que apacentan, se autodenominan
“pastores”. Ese odio al guerrero es el que disfrazado hipócritamente exalta las
“virtudes” del sentimentalismo, la caridad, la fraternidad, la igualdad, y otras
falsedades que se conocen muy bien por sufrirlas en esta civilización de
pastores en que nos ha hundido el judeocristianismo de la Sinarquía. Y ese odio,
que estoy considerando, surge y se nutre de una fuente denominada miedo.
Miedo y Valor: he aquí dos opuestos. Ya se vio el poder trasmutador del
valor, cuya expresión es el Furor del Guerrero. El miedo en cambio se expresa
por el odio pusilánime y refinado, el que después de múltiples destilaciones da la
envidia, el rencor, la maledicencia y toda clase de sentimientos insidiosos. El
miedo es pues un veneno para la pureza de sangre como el valor es un antídoto.
La exaltación del valor eleva y trasmuta; disuelve la realidad. La exacerbación del
temor, en cambio, hunde en la materia y multiplica el encadenamiento a las
formas ilusorias. Por eso los pastores habiros de Borsippa murmuraban entre
dientes las oraciones a Enlil mientras, como hipnotizados de terror, contemplaban
la ceremonia cainita.
A primera hora de la mañana, cuando Shamash, el Sol, recién había
despertado, los tambores y las flautas ya estaban electrizando el aire con su
ritmo monótono y ululante. En las distintas terrazas de la Torre las Iniciadas
danzaban desenfrenadamente mientras repetían sin cesar Kus, Kus, invocando al
Dios de la Raza. Los Hierofantes, en número de cincuenta, oficiaban los ritos
previos a la batalla instalados en torno al enorme mandala laberíntico construido
en el piso de la torrecilla superior con mosaicos de lapislázuli, réplica exacta del
laberinto de la base del Zigurat. En todo el recinto predominaba el color azul
destacándose con un intenso y titilante brillo la gran Esmeralda verde consagrada
al Espíritu de Venus, la Diosa que los semitas llamaban Ishtar y los sumerios
Imnina o Ninharsag.
Mientras los Hierofantes permanecían bajo el techo de la torrecilla
superior, afuera, en los pasillos laterales el Rey Nimrod y sus doscientos
arqueros se preparaban para morir.
El climax bélico iba “in crescendo” a medida que pasaban las horas.
Cerca del medio día podía observarse un vapor ectoplasmático color ceniza que
se colaba por las columnas de la torrecilla superior y giraba lánguidamente
alrededor de éste, envolviendo en sus caprichosas volutas a los imperturbables
guerreros. Dentro de la torrecilla, el vapor cubría la totalidad del recinto pero no
sobrepasaba la cintura del más alto de los Hierofantes.
La muchedumbre que permanecía petrificada observando la cúspide de la
enorme Torre asistió de pronto, atónita, a un fenómeno de corporización del
vapor. Al principio, sólo algunos lo advirtieron, pero ahora era visible para todos:
la nube adoptaba formas definidas que permanecían un momento para disolverse y volverse a corporizar nuevamente. El “motivo” principal de los misteriosos
relieves del vapor lo constituían fundamentalmente figuras de “Angeles”. Angeles
o Dioses; pero también Diosas y niños. Y animales: caballos, leones, águilas,
perros, etc. Y carros de guerra. Era todo un Ejército Celeste el que se
materializaba en la nube vaporosa y giraba lentamente alrededor de la torrecilla.
Y al pasar los carros de combate, tirados por briosos corceles alados, los Angeles
Guerreros alentaban claramente a Nimrod. También lo hacían las mujeres, pero
conviene que nos detengamos un instante en Ellas porque la sola contemplación
de su belleza hiperbórea basta para iluminar el corazón del hombre más pasivo y
arrancarlo de las garras del Engaño. ¡Oh, las mujeres hiperbóreas! ¡Tan bellas!
Lucían una corta falda ceñida en la cintura por delgado cordón del que pendía, al
costado, la vaina de una graciosa y temible espada. El arco cruzado sobre el
pecho y, a la espalda, el nutrido carcaj. Las trenzas de oro y plata de un cabello
que se adivinaba tan suave y ligero como el viento. Y los Rostros. ¿Quién sería
capaz de describir esos Rostros olvidados, tras milenios de engaño y decadencia;
Rostros que, sin embargo, están grabados a fuego en el Alma del guerrero, casi
siempre sin que él mismo lo sepa? ¿quién osaría hablar de esos ojos centellantes
de frío coraje que irresistiblemente incitan a luchar por el Espíritu, a regresar al
Origen, ojos de acero cuya mirada templará el Espíritu hasta el instante anterior
al combate pero que, luego de la lucha, milagrosamente, serán como un bálsamo
de Amor helado que curará toda herida, que calmará todo dolor, que resucitará
eternamente al Héroe, aquel que se mantiene tenazmente en el Sendero del
Regreso al Origen? ¿y quién, por último, se atrevería a mencionar siquiera sus
sonrisas primordiales ante las cuales palidecen todos los gestos humanos; ante
cuyos sonidos cantarinos se apagan las músicas y rumores de la tierra; risa
trasmutadora que jamás podría resonar entre la miseria y el engaño de la
realidad material y que, por eso, sólo puede ser oída por quien también sabe
escuchar la Voz de la Sangre Pura? Imposible intentar esbozar la imagen
purísima de aquellas mujeres hiperbóreas, eternas compañeras de los Hombres
de Piedra, cuya proyección en el vapor ectoplasmático se producía gracias a la
poderosa voluntad de los Iniciados cainitas. Sólo agregaré que dichas imágenes
eran enormes. Mientras las otras figuras giraban a cierta distancia de los
guerreros Kassitas, Ellas se desprendían para abrazarlos y acariciarlos, y
entonces podía apreciarse su tamaño. Doblaban en altura al Rey Nimrod, el
guerrero más alto de Borsippa.
El pueblo veía claramente estas efusiones y, aunque era evidente que las
Diosas hablaban a los guerreros en tono imperativo, mientras señalaban hacia el
cielo, nadie, de entre ellos, hubiera podido oír si realmente aquellos fantasmas
emitían algún sonido pues el ritmo frenético de las flautas, tambores, tímpanos y
arpas, era ensordecedor. Pero tal vez las mujeres hiperbóreas estuviesen
hablando directamente al Espíritu, tal vez sus voces se dejasen oír dentro de
cada guerrero como dicen que sienten los Augures...
Envueltos en ese frenesí, pero momentáneamente pasmados de asombro
por las alteraciones de la blanca nube, los ciudadanos de Borsippa no advirtieron
cuando una de las Iniciadas abandonó la danza. Subió corriendo los pisos que
faltaban para llegar a la torrecilla, pero antes de entrar el vapor tomó la forma de
una multitud de niños alados que revolotearon en torno a ella derramando sobre
su cabeza etéricos líquidos de no menos etéricas ánforas. Sin embargo tales
manifestaciones sobrenaturales no la detuvieron. Ungida de pies a cabeza por los graciosos querubes avanzó resueltamente e ingresó a la torrecilla. Los cincuenta
Hierofantes, al advertir su irrupción, cesaron todo canto, toda invocación, y
volviéndose hacia ella la miraban fijamente. Al fin la Iniciada detuvo su ligero
paso adelante de la entrada al laberinto y, sin decir palabra, tiró de un cordón y
dejó caer su túnica, quedando completamente desnuda... salvo las joyas. Estas
eran sumamente extrañas: cuatro pulseras de oro serpentiformes, que llevaba
arrolladas una en cada tobillo y una en cada muñeca; un collar semejante a las
pulseras; una tiara tachonada de piedras lechosas y opacas; dos pendientes y
dos anillos serpentiformes y una piedra roja en el ombligo.
De todo el conjunto lo que más impresionaba, por el exquisito diseño y la
habilidad de los orfebres, eran las pulseras. Cada una daba tres vueltas; las de la
pierna y brazo izquierdo con la cola de la serpiente hacia afuera y la chata
cabeza hacia el interior del cuerpo; las pulseras enrolladas en la pierna y brazo
derecho mostraban a la serpiente como “saliendo” del cuerpo; en el collar, la
serpiente apuntaba con su cola hacia la tierra y la cabeza, extrañamente bicéfala
esta vez, quedaba justo bajo la barbilla. Todas las serpientes tenían unas
pequeñas piedras verdes incrustadas en los ojos, y el cuerpo labrado y
esmaltado de vivos colores. Al ver estas maravillosas piezas de orfebrería nadie
habría sospechado que eran en realidad delicados instrumentos para canalizar
energías telúricas. La muchacha es de una belleza que quita el aliento. Se la
puede observar mientras recorre con paso seguro el laberinto, que parece
conocer muy bien pues casi no se distingue el piso, bajo la densa nube de vapor
ectoplasmático. Si llegase a equivocar el camino, si diese con una valla, sería
tomado como un mal augurio y debería suspenderse la operación hasta el
siguiente año. Pero la Iniciada no vacila, tiene abiertos los Mil Ojos de la Sangre y
ve allá abajo, en la base de la Torre, cómo la energía telúrica, cual irresistible
serpiente de fuego, también recorre el laberinto resonante. Y todos confían en
Ella, en la terrible misión que ha emprendido, que comienza allí pero se prolonga
en otros mundos. Confían porque es una Iniciada maga, nacida quinta en una
familia de zahoríes, de sangre tan azul que las venas quedan dibujadas como
árboles tupidos bajo la piel transparente. Todos piensan en ella mientras recorre
el laberinto cantando el himno de Kus.
Los Hierofantes contienen la respiración mientras las esbeltas piernas de
la Iniciada recorren con destreza los últimos tramos del mosaico-laberinto: ya
está por llegar a la “salida”. ¡Ha triunfado!
Pero ese triunfo significa la muerte, según se verá enseguida. Justo al final
del laberinto se halla la columna de piedra y metal adonde refulge con raro brillo
la Esmeralda hiperbórea. La Iniciada se detiene frente a ella y, elevando los ojos
al cielo, asciende los tres peldaños que conducen a la base de la columna, la cual
es de baja estatura pues la Esmeralda apenas llega al nivel del pubis. Cosa
curiosa: la Esmeralda ha sido tallada en forma de vagina, con una hendidura
central, la cual es posible ver pues se halla en la faceta superior, la que se
encuentra enfrentada con el techo del templo. Por el contrario, a la Iniciada, a
pesar de hallarse desnuda, no es posible observarle sexo porque un pliegue de
carne le cubre el bajo vientre, absolutamente lampiño. Esta característica física,
que hoy en día sólo conservan las mujeres bosquimanas, es la prueba más
evidente de su linaje atlante-hiperbóreo. Las mujeres cromagnón poseían una
“pollera natural de piel” y las antiguas egipcias de las primeras dinastías también,
como puede comprobarse en numerosos bajorrelieves.
La Iniciada ha recorrido el laberinto, ha “guiado” a la serpiente hasta el
templo superior y la ha conducido a través de la columna de piedra y metal.
Ahora su ígnea cabeza comienza a presionar bajo la Esmeralda hiperbórea
encendiéndola mágicamente y bañando de luz verde el enorme recinto y a todos
sus ocupantes. Afuera el retumbar de tambores y flautas ha adquirido un ritmo
tan rápido y una intensidad tal que resulta imposible pensar o hacer otra cosa que
no sea contemplar el Zigurat, la torrecilla de la cima rodeada por Nimrod y sus
arqueros. Estos últimos, mientras tanto, observan a través de las columnas la
escena interior, invisible para el pueblo reunido en la base del Zigurat.. . .
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